Mercado de Santo Domingo

Todos los mercados son especiales pero el de Santo Domingo es entrañable. El ambiente, el ajetreo y la ubicación hacen de él uno de los rincones más agradables de Pamplona. Cuando entras por cualquiera de sus dos entradas ya respiras ese aroma típico de los ultramarinos con mercancías frescas. Pan, verduras, carnes, pescados…todo es igual que en un supermercado de esos grandes de ahora pero con la diferencia del trato personal (además de por supuesto la calidad de los productos de las huertas de la magdalena, que son exquisitos). Eso es lo que realmente te hace volver. Yo no suelo ir porque me queda un poquito lejos (vivo en San Juan) pero si voy a pasear por lo viejo siempre me paso por el mercado.


Mi problema con los sitios donde se vende comida es que detesto el queso. Es mi talón de aquíles y me acompaña allí donde voy. Por eso, cuando entro en estos sitios siempre busco dónde están mis “enemigos” para que no me derroten con su olor. En este mercado no hay problema porque sólo hay dos sitios donde lo venden y no paso ningún tipo de apuro. Superado esto, sólo me limito a pasear entre los puestos y la gente para enriquecerme de todos los olores, colores y ambientes que desprenden.



Es muy bonito ver cómo el vendedor intenta venderte sólo lo que está bueno y no todo lo que está en su puesto. Es gratificante cuando te comenta que por ejemplo “hoy no es el día para llevarte el besugo, llévate mejor el rape porque está excelente”. Cuando una persona que sólo quiere que le compres te intenta convencer de que no lo hagas aun arriesgándose a perder un cliente, demuestra que únicamente buscan que el cliente se lleve lo mejor, lo bueno. Esa es la grandeza de estos mercados.



Tras pasear por todos los pasillos llego a la conclusión de que un mercado puede ser el reflejo de la sociedad. Hay mucha pluralidad, todo el mundo habla sin miedo y todos se respetan. Eso sí, hay distintas clases sociales y por mucho que se intente competir contra ello, el mercado nunca podrá ser tan rentable como las grandes superficies y los monstruos económicos mundiales. Es ley de vida, mala ley pero ley al fin y al cabo.







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