Mi problema con los sitios donde se vende comida es que detesto el queso. Es mi talón de aquíles y me acompaña allí donde voy. Por eso, cuando entro en estos sitios siempre busco dónde están mis “enemigos” para que no me derroten con su olor. En este mercado no hay problema porque sólo hay dos sitios donde lo venden y no paso ningún tipo de apuro. Superado esto, sólo me limito a pasear entre los puestos y la gente para enriquecerme de todos los olores, colores y ambientes que desprenden.
Es muy bonito ver cómo el vendedor intenta venderte sólo lo que está bueno y no todo lo que está en su puesto. Es gratificante cuando te comenta que por ejemplo “hoy no es el día para llevarte el besugo, llévate mejor el rape porque está excelente”. Cuando una persona que sólo quiere que le compres te intenta convencer de que no lo hagas aun arriesgándose a perder un cliente, demuestra que únicamente buscan que el cliente se lleve lo mejor, lo bueno. Esa es la grandeza de estos mercados.
Tras pasear por todos los pasillos llego a la conclusión de que un mercado puede ser el reflejo de la sociedad. Hay mucha pluralidad, todo el mundo habla sin miedo y todos se respetan. Eso sí, hay distintas clases sociales y por mucho que se intente competir contra ello, el mercado nunca podrá ser tan rentable como las grandes superficies y los monstruos económicos mundiales. Es ley de vida, mala ley pero ley al fin y al cabo.
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